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Con el paso del tiempo, las infraestructuras se han convertido en un activo que está ganando peso y que ha experimentado uno de los crecimientos más rápidos en las carteras de inversión tanto de clientes particulares como institucionales. Un fenómeno que no se ciñe a nuestro país, sino que se ha extendido a nivel internacional.

 

¿A qué tipo de activo nos referimos cuando hablamos de infraestructuras?

Las infraestructuras comprenden activos de una amplia variedad de sectores que inciden directamente en la competitividad de la economía de una región o país. Existen infraestructuras de energía, de transporte, de telecomunicaciones, de distribución y saneamiento de agua e incluso sociales. Pero también concesionarias, activos como los yacimientos energéticos y sistemas de baja emisión de carbono.

Los activos que representan las infraestructuras no son nada nuevo, pero con un sector público menguante en recursos, la necesidad de cubrir la inversión en las mismas está siendo acometida de forma masiva por un capital privado ávido de rentabilidades ciertas, pues las infraestructuras presentan unas características muy atractivas e incluso únicas como la capacidad de generar caja de forma recurrente, una protección muy alta frente a la inflación y unos flujos de caja predecibles y estables ligados a la solidez de los contratos que las sustenten.

Tradicionalmente, la deuda en estos negocios ha sido provista únicamente por prestamistas de financiación de proyectos y de capital de infraestructura, a partir de los balances de los participantes involucrados en el desarrollo de la infraestructura de turno. Sin embargo, la crisis financiera, tanto la del 2008, como por la que se acaba de implantar, empujó y empujará la entrada de inversores en los mercados de capital adicionales, que buscan rendimientos invirtiendo en deuda o capital mediante inversiones directas (private equity) o a través de otros instrumentos financieros.

En general, los inversores en infraestructuras, como decíamos antes, son de tipo institucional, destacando las compañías de seguros, family offices, planes de pensiones y fondos soberanos, si bien se está extendiendo una tendencia – o una moda, llámenlo como ustedes quieran- entre un número cada vez mayor de inversores minoristas que a través de fondos de inversión, se están atreviendo a incorporar estos activos a sus carteras.

 

¿Qué ventajas ofrecen los activos en infraestructuras?

Además de las bondades antes expuestas como la de ser un activo anti inflación, las inversiones en renta variable referenciadas a estos activos ofrecen en el largo plazo, una atractiva descorrelación con los mercados y el hecho de ofrecer flujos de caja estables, ciertos y de larga duración, los hacen especialmente atractivos para los inversores más conservadores. Se trata de apostar claramente, por el mundo de lo tangible.

En lo relativo a la deuda de compañías vinculadas a las infraestructuras cabe destacar su mínimo y prácticamente inexistente riesgo de defaults e históricamente una recuperación más rápida con respecto a la renta fija tradicional.

Todas estas características hacen que la inversión en infraestructuras ofrezca un perfil retorno-riesgo realmente atractivo, una baja volatilidad, una baja correlación con otros activos y una alta y positiva diversificación de una cartera de inversión. Además, sus retornos que históricamente han sido mayores tanto a los de la renta fija como a los de la variable, son independientes de los ciclos macroeconómicos, generando alfa y protección en entornos macro adversos.

 

Y algún que otro inconveniente

Las pegas del activo aparecen, como no podía ser de otra manera, por su alta dependencia con respecto a la regulación gubernamental de las mismas, aunque suavizada por la percepción política de que estas inversiones brindan beneficios reales, sociales y sostenibles, y que cada euro o dólar invertido en un proyecto de este tipo produce aumentos medibles del PIB del país constituyendo una importante palanca de crecimiento económico, especialmente en momentos críticos como el que estamos viviendo actualmente. Por otra parte, dado el déficit de financiación de infraestructuras en todo el continente, la mayoría de los gobiernos se cuidan mucho de realizar cambios que puedan desalentar la inversión del sector privado,

En lo que respecta a cifras y para poner en situación el tamaño de este mercado, y solo en Europa, el Banco Europeo de Inversiones ha estimado en 335.000 millones de euros la inversión anual necesaria de aquí a 2030 para que la unión europea cumpla con sus necesidades en infraestructuras. Una cifra ya de por sí exigente, pero que tras el azote del Covid 19 y sus correspondientes restricciones fiscales, van a necesitar de todo el pulmón financiero posible que sean capaces de aportar los inversores privados.

 

Para concluir:

La ausencia de rentabilidad en la inversión tradicional es una realidad que lleva ya tiempo moldeando el mapa de la oferta de activos financieros. Gestoras, entidades de banca privada y especialistas en el capital riesgo llevan muchos años aproximándose a esta vía de inversión, ya sea a través de vehículos específicos o de fondos de fondos. Unas inversiones que tradicionalmente han ofrecido rentabilidades anuales superiores al 10% con ciertas pegas –es cierto – como la iliquidez o sus notas de entrada altas en importe, pero que las gestoras están flexibilizando cada vez más, especialmente en un momento de desaceleración económica como el actual, donde pueden resultar más apreciadas y atraer a mayor número de inversores.

 

 

 

 

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