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Uno de los elementos principales que conforman la buena salud económica de un país es el contar con un tejido empresarial fuerte y adaptable a las consecuencias que pueden provocar la aparición de situaciones imprevistas. Empresas gestionadas con niveles adecuados de cordura, previsión y eficiencia capaces de sobrevivir y permanecer no solo en las mansas y complacientes épocas de vacas gordas sino especialmente en las de vacas flacas.

Desgraciadamente, tras el paso del covid-19, con el paso de los meses y el cese de la actividad productiva normal de multitud de empresas, cientos de miles de ellas han cerrado incapaces de capear un mes y medio de paro productivo. Cabe preguntarse el porqué de tan disminuido aguante y tan pírrica resistencia empresarial incluso contando con la asistencia y el auxilio estatal, siempre insuficiente pero presente al fin y al cabo.

¿Acaso estas empresas no disponían de tesorería alguna? ¿No fueron capaces de apartar beneficios de años anteriores por si venían mal dadas? ¿Repartían dividendos a base de endeudarse? ¿Se creían inmunes a los ciclos económicos?

Pues la respuesta es que sí. Muchas de estas empresas sobrevivían engañándose a sí mismas y a base de malas prácticas económicas, con bajísimos niveles de rentabilidad y encontrando como única manera de sobrevivir, el refinanciar su deuda cuantas veces fuese necesario, incluso si esa operación resultase más perjudicial que la propia disolución de la empresa misma.

Empresas, con deudas insostenibles y que por simple lógica económica deberían desaparecer, pero que a base de continuo soporte vital in extremis, vuelven a la vida y que son conocidas como empresas zombis.

Este hecho inquietante no es nuevo, pues tras la devastadora crisis de 2008, la mezcla de una década de recesión y austeridad con tipos de interés ínfimos no hizo sino favorecer la proliferación de estas empresas medio muertas pero presentes a base de soporte vital crediticio y contabilidad creativa, normalizando su presencia entre un tejido empresarial ya bastante mortificado en todos los frentes posibles.

Para apuntalar su tambaleante existir, las circunstancias de política monetaria han alargado la vida de estas empresas imposibles pero que sigan caminando entre nosotros conlleva más riesgos que ventajas económicas.

Las empresas zombis están en un limbo continuo: no acaban de morirse, pero tampoco son productivas, lo que las hace potencialmente perjudiciales para la recuperación económica y el panorama financiero en general.

Son empresas que hunden a la baja los precios de los sectores en los que operan como una de sus mortíferas soluciones para mantenerse a flote, por lo que obligan a las empresas saneadas y bien posicionadas a hacer lo mismo si no quieren perder su cuota de mercado. A su vez esto impide la entrada de nuevos competidores que no entran en ese sector en el que los zombis están dispuestos a cualquier barbaridad ineficiente económicamente para seguir subsistiendo.

Por otra parte su existencia al límite genera impagos y mayores pérdidas futuras a los terceros que aceptaron condiciones de refinanciación imposibles, lo que a su vez provoca efectos bancarios indeseados en forma de aumentos de tasas de morosidad y de perjuicio para la economía nacional.

La cosa no queda aquí, pues estas empresas moribundas también se mueven en el ámbito de los mercados financieros, donde los zombis corporativos están cómodamente instalados, pues ningún banco que haya prestado millones de euros a una empresa y la haya refinanciado quiere admitir su error ni verla arruinarse ni menos aun, asumir su desmoronamiento y la pérdida de accionistas, empleos y fábricas. Así qué ¿porqué no otorgarle aún más crédito barato para que siga funcionando un poco más?

Un error que imposibilita la muerte de esas empresas, pues ya se sabe que si debes diez mil euros a un banco, el problema es tuyo, pero si como empresa, le debes diez o cien millones de euros, el problema es del banco.

La cultura de los zombis corporativos está tan ricamente instalada que de hecho, en 14 economías avanzadas, los zombis ahora representan el 12% de todas las empresas que cotizan en bolsa y dentro del S&P 500, el 14% de las compañías podrían clasificarse como zombis. Y lo peor es que la globalización y los tipos de interés han hecho que haya walking deads dando vueltas por todo el mundo.

El resultado de una economía global zombi es que la productividad sufre, se parasitan recursos a las empresas sanas, se fulmina la competencia y se desperdician recursos escasos para intentar apuntalar un ejército de compañías medio muertas lo que no es precisamente como se supone que debe funcionar el capitalismo.

Otra derivada preocupante es la de los inversores privados, que sin saberlo están invertidos y expuestos -a través de los mercados o replicando carteras- a estas empresas zombis.

Por el momento los tipos de interés están por los suelos, lo que mantendrá a los zombis corporativos con soporte vital, y tal vez incluso creará algunos nuevos. Pero si se produce una recesión en toda regla, a la que el Coronavirus le ha abierto las puertas de par en par, los fundamentos de los balances empresariales serán críticamente importantes y solo sobrevivirán los especímenes más fuertes. Ahí es cuando nos daremos cuenta con precisión de cuántas empresas parecían vivir estando muertas y lo que es peor, su letal efecto en las carteras de activos de los de inversores.

 

 

 

 

 

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