Anita McBain, Directora de inversión responsable y ESG de M&G Investments
Le remitimos al glosario para una explicación de los términos de inversión empleados en este artículo.
Esta entrada es la segunda entrega de una serie de piezas que forman parte de un artículo más extenso, cuyo tema central aborda el vínculo entre el crecimiento de la población, el desarrollo sostenible y el consumo en el marco del cambio climático y la aparición de la COVID-19.
Lee AQUÍ la pieza anterior.
Factores que influyen en la propagación de enfermedades zoonóticas y la exacerban
La deforestación tropical, la expansión de pueblos y ciudades y las actividades industriales reducen la distancia entre los animales y las personas, creando nuevas rutas para que los microbios animales se adapten al cuerpo humano. La destrucción y la degradación de puntos clave de biodiversidad, que perturban los ecosistemas frágiles, son una amenaza invasora agravada por un clima cambiante y unas pautas de consumo insostenibles. Combinados, estos factores contribuyen al peligro de que nuevos microbios mortales salten a las poblaciones humanas.
Las especulaciones sobre qué animal en concreto fue el huésped inicial del nuevo coronavirus —un aspecto que parece importar mucho a los medios de comunicación— ocultan una de las causas fundamentales de nuestra creciente vulnerabilidad a las pandemias: el ritmo acelerado de pérdida de hábitats[1]. No podemos ignorar el vínculo inextricable entre la salud humana, animal y de los ecosistemas, ni tampoco las pautas de consumo y de producción insostenibles que seguramente no harán más que aumentar a medida que crece la población mundial.
Crecimiento de la población:
Con la perspectiva de 2000 millones de personas más en el planeta en los próximos 20 años, abordar los desafíos relacionados con la escasez alimentaria y la producción sostenible de alimentos será de crucial importancia para reducir la pobreza, poner fin al hambre y mejorar la nutrición a nivel mundial.
En la actualidad hay 7800 millones de personas vivas, más de la mitad de las cuales habitan en comunidades urbanas[2], y la población mundial crece en unos 83 millones cada año[3]. La expectativa es que esta población creciente y cada vez más envejecida tendrá un efecto profundo en las sociedades, lo cual pone de relieve las presiones políticas y fiscales a las que seguramente se enfrentarán muchos países.
Con una población mundial en rápido crecimiento, la demanda de bienes y servicios seguirá aumentando y será necesario tomar medidas para asegurar que las necesidades materiales actuales no comportan una sobreexplotación y degradación de los recursos ambientales[4].
Según estimaciones recientes, en un año normal se matan miles de millones de animales para el consumo humano: 50.000 millones de pollos (excluyendo gallos y gallinas improductivas sacrificadas en la producción de huevos); cerca de 1500 millones de cerdos (un número que se ha triplicado en los últimos 50 años a la luz del creciente apetito por productos porcinos) y 500 millones de corderos. Comemos más carne per cápita que nunca. En los últimos 50 años, la población mundial se ha doblado, pero la cantidad de carne que comemos se ha triplicado. Tal patrón de consumo es insostenible. El coste medioambiental de nuestro apetito creciente de carne es considerable.
¿Pero por qué nos concentramos en la proteína animal? El Instituto de Recursos Mundiales (WRI, por sus siglas en inglés) estima que la brecha alimentaria —la diferencia entre la cantidad que de alimentos que se produjeron en 2010, el año de referencia, y los que el mundo necesitará en 2050 (en base a la demanda proyectada)— es de un 56%, impulsada por un crecimiento de la población de 7800 a 9800 millones de personas[5]. Todo apunta a que el consumo de proteínas animales va a aumentar en un 68% desde 2010. Se anticipa que esta demanda creciente ejercerá una presión indebida sobre la biosfera de la Tierra, lo cual contribuirá a la intensificación del cambio climático y comportará una pérdida de la biodiversidad y una degradación de los ecosistemas.
Cambio climático y pérdida de biodiversidad:
Los datos empíricos sugieren que el clima está cambiando con mayor rapidez que casi en cualquier momento previo de la historia. El aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera puede atribuirse en su mayor parte a la actividad humana, sobre todo la quema de combustibles fósiles, pero también a la deforestación tropical para el cambio en el uso de la tierra y a las prácticas de agricultura intensiva para la obtención de materias primas clave como el aceite de palma, la soja y la carne de vacuno.
El cambio climático y la pérdida de la biodiversidad están interconectados[6]. Los rápidos cambios en el clima pueden dañar los ecosistemas y acelerar la pérdida de biodiversidad[7], lo cual tendría consecuencias negativas para el bienestar humano. La biodiversidad, mediante los servicios ecosistémicos que propicia, también contribuye de manera importante a mitigar el cambio climático y a la adaptación al mismo.
La pérdida de la biodiversidad mundial se acelera, lo cual nos acerca a cambios desconocidos e irreversibles en los ecosistemas de la Tierra, y es posible que el cambio climático se haya convertido en uno de los motores más importantes de pérdida de la biodiversidad a fin de siglo.
Con independencia de las necesidades e intereses humanos, los cambios en las variables climáticas han conllevado el aumento de la frecuencia de brotes de plagas y enfermedades transmisibles. Por ejemplo, la distribución de las enfermedades transmitidas por vectores (como por ejemplo la malaria y el dengue) y las enfermedades transmitidas por los alimentos y el agua (como las diarreas) se ven exacerbadas por cambios en factores climáticos.
Es evidente que la protección de la biodiversidad y una acción efectiva contra el cambio climático no son excluyentes. Los riesgos futuros relacionados con el clima podrían reducirse acelerando estrategias de mitigación intersectoriales de largo alcance que reconozcan la relación entre la biodiversidad, los servicios ecosistémicos y el cambio climático. La naturaleza juega un papel esencial para la provisión de alimentos, energía, medicinas, recursos genéticos y una gran variedad de materiales fundamentales para el bienestar físico. Sin embargo, la biosfera, de la cual depende la humanidad, se está viendo alterada en todas las escalas espaciales.
El objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5º C por encima de los niveles preindustriales está dirigido, sobre todo, a reducir la pérdida de ecosistemas vitales. Según las estimaciones actuales, no obstante, el mundo ya se halla cerca de 1º C de calentamiento por encima de dichos niveles. Según un informe especial sobre calentamiento global del IPCC[8], es posible que solo se pueda alcanzar el objetivo de 1,5º C mediante cambios rápidos, de largo alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad.
Deforestación y degradación de ecosistemas:
Los bosques tropicales cubren en torno al 7% de la tierra seca del planeta, pero se estima que probablemente albergan a cerca del 50% de todas las especies. Muchas de ellas están tan especializadas en microhábitats que solo se pueden encontrar en pequeñas áreas de dichos bosques[9]. La destrucción de su hábitat obliga a las especies salvajes supervivientes a amontonarse en fragmentos más pequeños del hábitat restante, lo cual aumenta las posibilidades de que entren en contacto directo y constante con los asentamientos humanos que se expanden a los hábitats recién fragmentados. El impacto de la deforestación y la degradación de bosques tropicales en las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) es ampliamente reconocido, pero se suele pasar por alto la suma importancia de proteger los puntos clave de biodiversidad.
La demanda mundial de materias primas clave con riesgo forestal —como el aceite de palma, la soja y la carne de vacuno— es responsable en gran parte de la deforestación de los bosques tropicales. En la isla de Borneo, como mínimo un 50% de toda la deforestación entre 2005 y 2015 ha estado relacionada con la producción de aceite de palma[10]. Hoy en día, podemos vincular de manera directa el desarraigo de los bosques tropicales con el impacto perjudicial para la biodiversidad a medida que puntos claves de esta se convierten en plantaciones de monocultivo.
La conversión de ecosistemas naturales, principalmente en los trópicos, suele dañar la biodiversidad, lo cual comporta una degradación de los ecosistemas y una intrusión en los mismos. Esto altera los ecosistemas intactos y desplaza a los virus de sus huéspedes reservorios y ecosistemas internos, dándoles vía libre para transmitirse a huéspedes nuevos y muy abundantes. La protección del capital natural y mantener los ecosistemas intactos jugarán un papel vital a la hora de evitar la propagación de virus en el futuro[11], algo de lo que ya vienen avisando epidemiólogos influyentes en los últimos años.
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Los puntos de vista expresados en este documento no deben considerarse como una recomendación, asesoramiento o previsión.
[1] Shah, S. (febrero de 2020). Think Exotic Animals Are to Blame for the Coronavirus? Think Again. The Nation.
[2] Worldometer. (2020). Población mundial actual.
[3] UN DESA. (2017). World population projected to reach 9.8 billion in 2050, and 11.2 billion in 2100.
[4] UN. (2020). Sustainable Development Goals Knowledge Platform.
[5] Instituto de Recursos Mundiales (WRI). Creating a sustainable food future.
[6] Convention on Biological Diversity. (n.d.). About climate change and biological diversity.
[7] IPBES. (2017). Climate Change and Biodiversity: Opportunities and Risks.
[8] Masson-Delmotte, V., Zhai, P., Pörtner, H.-O., Roberts, D., Skea, J., Shukla, P. R., … Waterfield, T. (2019). 2018: Global warming of 1.5°C. An IPCC Special Report on the impacts of global warming of 1.5°C above pre-industrial levels and related global greenhouse gas emission pathways, in the context of strengthening the global response to the threat of climate.
[9] Observatorio de la Tierra de la NASA. https://earthobservatory.nasa.gov/features/Deforestation
[10] IUCN. (n.d.). Palm oil and biodiversity.
[11] Quammen, D. (2012). Spillover: Animal infections and the next human pandemic. Yale Journal of Biology and Medicine, 587.
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