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“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Es sin duda una cita mítica donde las haya. Una frase que refleja el orgullo y el entusiasmo de un hombre, Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C.), la figura más eminente del período alejandrino y el mayor matemático y “mecánico” de la antigüedad por obra y gracia de entre otras, la demostración funcional de la ley de la palanca.
Si Arquímedes hubiese nacido diecisiete siglos más tarde y se hubiese dedicado a las finanzas es posible que hubiese aplicado la ley de la palanca no para mover cargas, buques o animales, sino para explicar la importancia de la descorrelación entre activos. “Dadme un punto de apoyo y descorrelacionaré el mundo” habría sido su enunciado.
Y cuando hablase de descorrelación no se referiría a la derivada del comportamiento de una inversión respecto un índice o mercado en el que esta actúa, sino a la descorrelación real que producen – a modo de palanca financiera- aquellas inversiones capaces de obtener ganancias en entornos alcistas y bajistas y, por lo tanto, con independencia de lo que hagan los mercados de valores.
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¿Qué significa la correlación de un activo?
La correlación o descorrelación de una inversión en términos académicos indica el comportamiento de ésta respecto un índice o mercado en el que actúa. Por ejemplo, un fondo de inversión que replicase el S&P 500 tendría una correlación perfecta con dicho índice por lo que replicaría sus movimientos al alza o a la baja en perfecta sincronía. A su vez, ese fondo mostraría un comportamiento muy similar frente al de los demás índices de renta variable.
En este punto, conviene aclarar que el actual entorno de unos mercados financieros drogodependientes de los programas de expansión cuantitativa de los Bancos centrales y agravado por el panorama post epidémico (que garantiza tipos planos a largo plazo) ha anulado la tradicional efectividad de las descorrelaciones históricas en términos de obtención de rentabilidades positivas. Lo que complica aún más, si cabe, la obtención de palancas efectivas para sumar rentabilidad.
La opción de apostar por unos mercados de renta variable movido por cinco o seis gigantes tecnológicos que mueven las Bolsas por un efecto arrastre que olvida el riesgo tremendo que conllevan unas valoraciones exigentes, desvinculadas de la economía real y el batacazo macroeconómico que se nos viene encima, ni descorrelaciona ni suma rentabilidad. Quizás a corto, pero con tanto riesgo como volatilidad extrema.
Es por ello que la búsqueda de inversiones que aporten descorrelaciones reales y efectivas capaces de obtener ganancias en entornos alcistas o bajistas se ha convertido en la obsesión de los gestores de fondos y de los inversores.
Abandonados por las veleidades financieras en términos de correlaciones que otrora ofrecían el oro, las materias primas o el petróleo, los gestores y los inversores deben dirigir su mirada hacia otras áreas del universo inversor.
Entre estas, las nacidas al calor de la aparición de nuevos actores en el denominado universo Fintech están llamadas a ser, no sé si la palanca que imaginó el sabio griego, pero sí el punto de apoyo que reclamaba para mover el mundo y un potente agitador de la tan necesaria y saludable desintermediación bancaria.
Dentro de este tipo de inversiones, indispensable tener en cuenta la inversión en renta fija corporativa (vehiculizados a través de Fondos de Direct Lending o plataformas de crowdlending).
Una inversión que sin duda reduce la volatilidad, aporta estabilidad en tu cartera y unos rendimientos que, a largo plazo, pueden ser muy atractivos teniendo en cuenta que casi no tiene drawdown. Eso es, en ausencia de grandes caídas, el rendimiento a largo plazo es superior a muchos índices, y por supuesto, a la mayoría de fondos de inversión una vez descontadas las comisiones.
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Pero ¿por qué estos activos están descorrelacionados con los mercados financieros tradicionales?
Los activos de deuda corporativa están descorrelacionados debido a que, en mayor parte, su rendimiento no depende de las fluctuaciones del mercado, sino de su propia actividad. Invertir en deuda corporativa es invertir en economía real. Si decido prestar 100.000€ a una compañía para, por ejemplo, pagar al contado la compra de 10 contenedores (financiamos un incremento en su actividad), el interés que obtendré poco tiene a ver con la fluctuación del IBEX o del NASDAQ durante los últimos 2 meses.
Es por ello que incorporar en tu estrategia de inversión un activo sin volatilidad y con flujos de cobro constantes será imprescindible, eso sí, siempre ponderado dentro de tu cartera según tu perfil de riesgo.
Inventada la palanca y demostrada su efectividad, solo nos queda buscar puntos de apoyo eficientes en términos económicos. La inversión en deuda corporativa cuenta con todos los mimbres para ello, ofreciendo además, descorrelación real en las carteras de los inversores.
Si Arquímedes se hubiese dedicado a las finanzas lo habría incluido entre sus puntos de apoyo preferidos. Un clásico como yo lo ha incorporado en su cartera. Él también lo habría hecho. No lo duden.
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