La renta variable global ha mostrado fortaleza en mayo, con el S&P 500 firmando su mejor mes de mayo desde 1990 y otros índices —como el Stoxx 600 o el MSCI Asia-Pacific— acercándose a sus máximos previos al Día de la Liberación. Este repunte se ha visto impulsado por avances en las negociaciones comerciales, aunque el telón de fondo sigue marcado por nuevas oleadas de aranceles y una ley presupuestaria estadounidense que podría aumentar la volatilidad en los mercados.
La aprobación pendiente de la OBBBA, y en particular de su artículo 899, mantiene en vilo a los inversores internacionales. A corto plazo, sus implicaciones podrían traducirse en mayores costes de financiación y una menor integración financiera global. Esta incertidumbre ha empezado a reflejarse en las decisiones de inversión: los flujos muestran una rotación progresiva desde EE. UU. hacia Europa, Japón y mercados emergentes, buscando una mayor diversificación ante posibles rupturas del paradigma económico tradicional.
En cuanto a oportunidades, Europa presenta un perfil atractivo gracias al impulso de los estímulos fiscales y una política monetaria más laxa. Japón, por su parte, se encuentra en una fase distinta del ciclo, con un entorno de inflación moderada, crecimiento salarial y fortaleza del consumo interno. China ha sorprendido con un primer trimestre sólido y se espera que las autoridades mantengan su apoyo monetario y presupuestario.
A pesar del nuevo contexto, EE. UU. sigue siendo una pieza clave para los inversores. La tecnología y la inteligencia artificial continúan liderando los beneficios empresariales —como muestra el reciente desempeño de Nvidia— y las previsiones apuntan a un crecimiento sostenido de los resultados. En este entorno cambiante, Fidelity subraya la importancia de mantener carteras diversificadas y aprovechar los focos de crecimiento en un escenario de transición económica global.
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