Fabiana Fedeli, CIO de renta variable, multiactivos y sostenibilidad en M&G Investments, comparte su enfoque personal a la hora de analizar los informes de perspectivas anuales y cómo las relaciones entre economía y mercados pueden ser menos evidentes de lo que parece a primera vista:
Me gusta leer, y me encantan los mercados. A finales de cada año, descargo varios informes de perspectivas de mercado en mi portátil con intención de leerlos durante mis vacaciones, algo que molesta especialmente a mi marido. Este año, los temas principales eran previsibles antes de echar siquiera un vistazo a los resúmenes de cada uno: ¿Qué significarán los aranceles de Trump para Estados Unidos y el resto del mundo? ¿Qué harán los bancos centrales y se avecina un periodo de tipos de interés más altos por más tiempo? ¿Continuarán el excepcionalismo estadounidense y su predominio bursátil en un entorno de una Europa débil y una China que no levanta cabeza?
Tras emitir sus pronósticos generales, la mayoría de las publicaciones realizan extrapolaciones sobre la evolución de los mercados en 2025. Comencemos por la renta fija. Está claro que un precio del dinero más alto y una mayor oferta de deuda pública (o temores en torno a ella) afectan a las curvas de tipos.
Pasemos ahora a la renta variable. Aquí yo me tomaría un momento. ¿Determina realmente la debilidad o fortaleza de la economía el conjunto de oportunidades en los mercados de renta variable? En cierta medida sí, pero no tanto como muchos parecen creer. En nuestra opinión, la correlación asumida entre el crecimiento macroeconómico y la evolución de la renta variable es todo menos sencilla, y una comprensión deficiente de la misma puede afectar significativamente a la capacidad de los inversores para generar rentabilidad invirtiendo en acciones.
Si examinamos la evolución de las bolsas en 2024, vemos que el mercado principal de mejor comportamiento a nivel mundial no fue Estados Unidos, sino China: el índice Hang Seng China Enterprises registró una subida del 31,2% en HKD y del 32,0% en dólares, mientras que el Nasdaq se anotó una rentabilidad total del 29,6%. Por lo que, es discutible que China fuese la más débil de las grandes economías el año pasado.
Un caso similar es Alemania, que en 2024 registró una rentabilidad total del 18,9% en EUR y del 11.7% en USD según el índice DAX. Este avance fue inferior al del índice S&P 500, pero no estuvo mal para una economía descrita como «el enfermo de Europa». ¿Cómo puede explicarse tal desarrollo? Pues porque 13 acciones de las 40 que conforman el DAX experimentaron subidas superiores al 20% en EUR. En términos de dólar, esa cifra es de 12, y estas acciones fueron los motores de la rentabilidad del indicador.
Por su parte, las bolsas italiana y española aportaron rentabilidades totales del 18,9% en EUR y del 11,7% en USD, debido a la reciente fortaleza del billete verde. Cabe destacar que un tercio de las rentabilidades de ambas procedieron de dividendos, quizá una buena temática a explorar en nuestro próximo informe trimestral.
Esta disonancia relativa entre crecimiento económico y rentabilidad de la renta variable no comenzó en 2024. El siguiente gráfico muestra la relación entre el crecimiento del PIB real de un país y la rentabilidad anualizada de su mercado de renta variable doméstico en el último periodo completo de cinco años para el que disponemos de datos de PIB.
La rentabilidad de la renta variable se muestra en USD para facilitar su comparación. Una simple ojeada revela la baja correlación entre las rentabilidades de la renta variable y el crecimiento del PIB; varios mercados con una economía lenta presentan una evolución bursátil relativamente buena, mientras que otros con fuerte crecimiento del PIB quedan rezagados en bolsa. El valor R2 indica lo mismo: el equivalente a menos del 1% de la variación de la rentabilidad de la renta variable es atribuible al crecimiento del PIB doméstico en dicho periodo.