La identificación del perfil de riesgo de un inversor/ahorrador y la adecuación de los productos financieros y de una cartera de inversión a este es sin duda el elemento más importante en el asesoramiento financiero profesional. Asimismo ha sido y está siendo una de las principales áreas de actuación por parte de las autoridades económicas y financieras a nivel mundial, especialmente tras la identificación de estructuras defectuosas a la hora de proporcionar la suficiente protección al inversor minorista. A nivel europeo y en lo que respecta a los fondos de inversión la directiva UCITs IV busca profundizar en dicha protección.
Uno de los resultados más visibles para el inversor es el KIID (Key Investor Information Document) o como se ha denominado en España, DFI (Datos Fundamentales para el Inversor). Este es un documento que quizás no es suficientemente conocido por los ahorradores españoles pero de vital importancia ya que viene a sustituir a un documento prolijo y poco claro como era el prospecto simplificado. El DFI por el contrario es conciso y busca en dos hojas describir con un lenguaje sencillo las principales características del fondo, de forma que el inversor pueda formarse una idea aproximada (y las implicaciones) sobre el fondo en el que está a punto de invertir.
Se trata además de un documento legal, es decir, es obligatorio que el asesor o distribuidor le proporcione el mismo antes de invertir. El DFI debe hacer referencia a la clase concreta del fondo que usted esté adquiriendo (por lo que tiene en cuenta elementos clave como las comisiones que lleva asociadas dicha clase) y debe estar actualizado ya que no se trata de un documento estático que se produce una vez o que se actualice de muy cuando en cuando. Precisamente uno de los elementos más destacados del DFI es la sección específica que muestra el perfil de riesgo del fondo con una escala del 1 al 7, siendo 1 el menor riesgo y 7 el mayor… pero es que resulta que el nivel de riesgo de un producto no es estático. Es decir, puede variar en el tiempo por lo que esta métrica, siendo muy útil, no es necesariamente totalmente fiable.
Adicionalmente, la asignación del nivel de riesgo dentro de esta escala del 1 al 7 está basada en un cálculo de la volatilidad histórica del precio del fondo, que no es otra cosa que la variabilidad de sus precios alrededor de la media histórica. La volatilidad es desde luego una de las métricas más usadas para medir el riesgo de un fondo o de cualquier otro producto financiero, incluso dentro del ámbito del análisis profesional, pero no cubre en absoluto todos los riesgos que lleva aparejadas una inversión. Existen riesgos de crédito, de liquidez o de contraparte por ejemplo que son de hecho revisados brevemente en el propio DFI pero que no son recogidos necesariamente en la volatilidad. Por ello, un buen asesor profesional debe tener los recursos y los conocimientos adecuados para realizar una valoración adicional y propia del nivel de riesgo que implica invertir en cada fondo o producto financiero que propone a su cliente.
Por otro lado, debe considerarse que el trabajo no se detiene ahí sino que queda la parte más importante y compleja, que es la construcción de la cartera de inversión. Un fondo puede ser bueno en sí solo si se valora dentro de su clase de activo pero en la dosis equivocada puede resultar muy dañino para la salud financiera de un ahorrador. La combinación y las asignaciones concretas a cada fondo dentro de una cartera y su modulación en el tiempo son las claves que permiten conseguir el objetivo de ajustar el riesgo al perfil del inversor.
En este punto nos llama poderosamente la atención las rentabilidades publicadas para 2012 por un buen número de bancos y otras entidades financieras para sus perfiles de riesgo conservador y moderado. Resulta bastante frecuente encontrar rentabilidades cercanas al 10% cuando no directamente bien dentro del territorio del doble dígito. En un entorno de tipos de interés a corto plazo en el mundo desarrollado y en Europa inferior al 1% y donde la deuda pública de mayor calidad apenas renta algo más que eso, significa la obtención de excesos de rentabilidad muy por encima de dichas tasas “libre de riesgo”.
Difícilmente nos cuadran desde un punto de vista teórico ese tipo de comportamientos en carteras supuestamente moderadas o conservadoras pero menos aun cuando se analiza la composición de las mismas. Efectivamente, se observa en nuestra opinión un elevado peso en los activos de riesgo clásicos direccionales como deuda corporativa y renta variable e insuficientes contrapesos a la hora de contrarrestar o atenuar potenciales correcciones o caídas de aquellos. Siendo la preservación de capital y la obtención de retornos estables en el tiempo el objetivo de la mayor parte de las personas con un patrimonio financiero que normalmente tanto les han costado acumular, nos parecen carteras poco adecuadas.
Asesoramiento versus gestión
- La publicación de relativamente abultadas rentabilidades en 2012 para perfiles de riesgo moderado o conservador pone de relieve en nuestra opinión cierta confusión entre los conceptos de asesoramiento y gestión.
- Asesoramiento de inversiones no busca ser el primero del ranking sino adecuar la cartera al perfil de riesgo y proteger el capital del inversor obteniendo rentabilidades estables y razonables en el tiempo.
- El gestor activo busca mayoritariamente batir a sus competidores y obtener rentabilidades relativas y/o absolutas elevadas tomando para ello un mayor riesgo.
Juan Manuel Vicente Casadevall, EAFI
Kessler & Casadevall Asesoramiento Financiero
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